Días ligeros
- Ana Reyes
- 19 sept 2017
- 2 Min. de lectura

Hoy he descubierto algo sobre ti que no sabía.
Mi día ha empezado normal. El despertador ha sonado y me han dado ganas de volver al día anterior y acostarme veinte horas antes. He malgastado dos minutos de mi tiempo maldiciendo por tener que levantarme. Dos minutos que he perdido sólo pensando en qué sueño tengo. Pero en ese momento no he descubierto nada.
He ido a trabajar y el día pintaba ser lo más aburrido del mundo. Los minutos pasaban y lo único que quería era volver a mi dulce cama con las sábanas de invierno recién puestas. Esas sábanas que parece que huelan a leche caliente, leña y lluvia. Quizás la combinación no es del todo agradable. A mi parecer, simplemente, huelen a otoño; esa época del año que deja atrás las mañanas en la playa para dar paso a los árboles anaranjados, a conjunto con los atardeceres.
Y justo cuando atardecía, he tenido el impulso de gritar al tiempo que se pare. Que no quiero perder más segundos corriendo porque llego tarde a la universidad, ni quejándome del frío que hace, ni mirando al infinito sentada en la cama por las mañanas. Que no quiero desesperarme cuando hay tráfico, ni perder la noción del tiempo enganchada al teléfono móvil. ¿Sabes la de minutos que seguramente perdemos esperando que se cargue una foto en Instagram?
No estoy loca, sé que perder minutos es inevitable. Que la vida no nos da el lujo de poderlos disfrutar todos. Que hay minutos que deben desvanecerse más rápido que el soplo que apaga las velas de tu cumpleaños.
Pero hay sonrisas que no deberían perderse. Sobre todo los carcajadas espontáneas. Éstas deberían ser la medida del tiempo a partir de ahora: un segundo, una carcajada. Si lo piensas, reír es lo más fácil que harás a lo largo de tu vida, mientras que enfadarte siempre te requerirá más tiempo.
Quizás la vida sería más fácil si contáramos en carcajadas, y si tuviéramos en cuenta los días felices y no los días tristes. Tal vez veríamos que los días felices ganan, aunque pesen mucho menos.
Es simple: los días felices son ligeros.
Y hoy, precisamente en ese momento, me he dado cuenta que contigo los días no pesan, y tampoco hunden. No todos, no voy a engañarte, pero la suma siempre es positiva. Porque contigo el mundo no es perfecto. Es real. Lo que lo hace más maravilloso. Y sólo en un escenario maravilloso es dónde podemos volar.
Hoy he descubierto que juntos construimos un mundo real, imperfecto y extraordinario.
Sin embargo, antes de que vuelva a sonar el despertador y me arrepienta por estar escribiendo a éstas horas, quiero proponerte compartir días ligeros, libres de peso y estragos mentales. ¿Te apuntas?
Comments