Termómetro de sensibilidad
- Ana Reyes
- 11 jun 2017
- 2 Min. de lectura

Tengo la sensación que en los días soleados aumenta mi sensibilidad. Y no me refiero a la sensación de estornudar cada vez que miro hacía el sol. Más bien me refiero a que mis sentimientos parecen estar a flor de piel, igual que el sudor.
Quizás el sudor no es solo agua. Quizás expulsamos más de lo que pensamos en cada gota. Aunque parezca una teoría rebuscada, puede que no sólo las lágrimas sirven para expresar nuestros sentimientos de felicidad o tristeza.
Estoy segura que, pese a la explicación científica de la sudoración, existe una explicación emocional detrás de cada momento en el que sentimos que nuestra piel arde. Piénsalo.
Imagina que estas en una situación que te provoca estar nervioso, aguardando que suceda algo importante en tu vida. Sabes que el sudor frío empezará a caer por tu columna antes de darte cuenta. Tus manos serán de gelatina, y te las restregártelas por los pantalones esperando que esa sensación desaparezca. Y, sin embargo, eso solo hace que el sudor vaya en aumento.
¿Y si ese sudor no fuera sólo fruto de la calor o de la reacción física de tu cuerpo? ¿Y si fuera la manera que tiene tu cerebro de decirte tío, hoy no puedes equivocarte, hoy es el día? Tal vez no sea el momento de llorar, y nuestro cerebro prefiere expulsar ese sentimiento por los poros de la piel, y no por los ojos.
Siguiendo esa teoría, hoy mi cerebro se ha dedicado a mandarme tantos mensajes en forma de sudor que me he visto obligada a darme una ducha fría. Con lo que odio el agua fría. Lo curioso es que me ha sentado de maravilla: igual no sólo va bien para la circulación, tal vez nos ayuda a liberar un poco el cerebro de tanta carga mental diaria.
Pero hoy no vengo a desmontar las teorías científicas sobre la sudoración o la circulación de la sangre.
Vengo a construir teorías, sin destronar a las otras.
Hoy hemos superado los 30 grados. Y mi sensibilidad ha alcanzado el nivel 30, también: ese punto en el que todo lo que te sucede durante el día parece tan horrible que sólo te apetece tomarte un helado –casualmente, como cuando sudas. Sería ideal una plataforma de defensores del helado como la solución a cualquier problema-.
El indicador de sensibilidad va del 0 al 40, siendo el nivel inferior la capacidad de sensibilidad de una cucharilla de té –véase Ron Weasley-. Y, en aumento, podríamos encontrar la sensibilidad de nivel 10 –cuando te afecta un problema grave pero sabes llevarlo bien-, el nivel 20 –cuando con un poco de ayuda sabes controlar tus problemas-, el nivel 30 –cuando todo lo que te pasa adquiere una exageración que te hace verlo todo negro- y el nivel 40 –cuando incluso levantarte de la cama es un drama-.
Y hoy es un día de nivel 30.
Y aunque esté haciendo bromas, te aseguro que después de la ducha fría, y el helado, el nivel de sensibilidad baja más rápido de lo que pensamos.
Recuerda activar el termómetro de sensibilidad, pero no olvides mantenerlo a niveles inferiores a 20. Si no, igual que la ropa puede oler mal, el cerebro puede acabar volviéndose loco. O, peor, quedándose completamente cuerdo.
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