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Querido café, no me gustas

  • Foto del escritor: Ana Reyes
    Ana Reyes
  • 5 jun 2017
  • 4 Min. de lectura

Con leche. Sólo. De sobre.

De máquina. Con leche desnatada. Con hielo.

Con azúcar. Con sacarina.

Descafeinado.

Café.

Cuando somos pequeños el café nos parece la bebida de los adultos –antes, incluso, que el alcohol-. Y cuando nos dan a probar un poco, no nos gusta tanto como querríamos que nos gustara. Cuando sea mayor me gustará, me decía mi yo interior, entre otras muchas mentiras que incluían el condicional cuando sea mayor. Cómo si cuando creciera pudiera ser una persona completamente diferente. Cómo si los adultos fueran de otra especie.

Así, durante años, esperamos que nos guste el café. Para poder beber con un dedo levantado de la taza, sintiéndonos chic. O para sentirnos adultos sin más.

Hasta que llega el día que estás en tercer o cuarto año de carrera en la universidad, son las dos de la mañana y tienes tres trabajos sin hacer y cinco exámenes la misma semana. Quizás es ese el momento en el que nos desengañamos, y entendemos que el café no nos gustará cuando seamos adultos. Entendemos que el café será nuestro mejor amigo en la universidad, acompañándonos en todas las tareas que hemos dejado para última hora.

Y en este punto muerto me encuentro.

En tercer año de carrera. Dejando mil cosas para última hora. Pasando noches eternas y con sueño eterno. Y sigues sin gustarme, café. No será por las múltiples opciones que presentas, que son demasiadas. Agradezco tus intentos por gustarme, e incluso yo me esforzado, pero soy más del leche con café, que de café con leche.

No es algo personal. No tengo nada contra ti. Me encanta tu olor, pero a mis papilas gustativas les disgustas. Quizás es que no eres el único que puede hacer de café en el mundo. Tienes un substituto, y lamento ser yo quién que te lo diga. Aunque tus fans se me lancen al cuello, no eres imprescindible. Seguiré siendo partidaria de una colonia de café, pero me veo obligada a informarte que es imposible que encuentres una combinación con este ingrediente.

Es algo que me pone la piel de gallina al imaginarlo. Se me escapa la sonrisa a medio pensar, y los adictos al café me miraran raro, pero es totalmente cierto. Es una lástima que ellos no entiendan el sentimiento que tengo yo al despertar cada mañana. Es fuerza. Es vitalidad. Es dicha y ganas de comerme el mundo. De crear abrazos abarcando todo el espacio posible, y reducirlos a dos cuerpos unidos por dónde no pasa ni pizca de aire. Porque me gusta aplastarme contra su pecho y sentir su respiración y sus latidos. Es un ritmo que me relaja, que me adormece, y me hace entrar en una sensación tan placentera que anula todos mis sentidos. Es tan café y tan manzanilla a la vez, que no sabría decir si me da energía o me la quita. Pero es oportuno en cada momento. Me enciende y me apaga. Me da insomnio. Me da las mejores noches entre sábanas desechas dejándonos llevar por Morfeo. Y no pienses que es contradictorio, café. Aunque suena completamente a locura, eso mismo lo convierte en perfección: la locura en su justa medida en cada momento del día. Y a mí, su locura, me vuelve loca.

Me gusta cuando consigue sacarme una sonrisa, sin tan sólo abrir la boca. Como, mágicamente, una mirada consigue activar todo mi ser. Porque es mejor que el café. Me mantiene alerta, preparada para sonreír. Oh, perdona, ya lo estoy haciendo de nuevo. Sólo imaginarme su sabor me provoca sonrisas tontas. Y su tacto, oh café, su tacto es mejor que todos los estados que tienes, ni en grano podría sentir lo que sienten las yemas de mis manos al acariciar su rostro. Y sus manos son el mejor cojín para mi cabeza.

Es vida. Es extremo. Todo a su lado se multiplica, incluso las penas. Pero café, nada es mejor que multiplicar una alegría después de una pena. Es una sensación que te deja más fresca que mascando un chicle mentolado.

Es sexualidad. Es plenitud. Es bondad y empatía. Es, sin duda alguna, mi dosis de cafeína diaria. Con un mensaje. Una mirada. Una pelea o un te quiero.

Sí, efectivamente, hablo de él.

Y no es porque esté localmente enamorada eh café, que ya sabemos que eres la bebida de los enamorados melancólicos. Es, simplemente, una realidad. Ojalá pudieras ver esa sonrisa sincera, llena de arrugas y defectos que a mí me parecen maravillosos. Porque él es maravilloso. Está ahí siempre. Y siempre es mucho tiempo. Es ahora. Es ayer y mañana. Y un segundo, para mí, ya es mucho tiempo, porque en 60 segundos el cuerpo experimenta mil sensaciones a su lado.

Lo siento, pero sin duda es mejor que tú. Tan dulce sin azúcar, y tan caliente sin quererlo. Aunque a veces es frío, también me gusta.

Quizás es por sus ojos, que son de color café.

Pero querido café, lo nuestro es una historia sin final feliz. Solo espero que comprendas que no es nada personal contra ti. Mi corazón ha apostado por él y, entre tú y yo, con él puedo ir a todas partes sin miedo a derramármelo por encima. Y a mí me gusta la aventura. Quiero recorrer el mundo de su lado.

Pero va, tampoco te deprimas, te contaré un secreto: a él si le gustas. Pero eso es porque él mismo no puede saborear todo lo que yo veo.

Tú y él seríais algo parecido a café a la mallorquina.

Pero eso, de momento, es tan imposible como que yo deje de quererle.

Atentamente, una anti-café.


 
 
 

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