La ley de la palabra
- Ana Reyes
- 27 abr 2016
- 2 Min. de lectura

Recuerdo cuando, de pequeña, alguien me decía que debía aprender a hablar bien. A pronunciar y vocalizar correctamente. Que no siseara y confundiera los tipos de verbos. Por aquél entonces me parecía maravilloso poder aprender a construir oraciones sin errores, o a descubrir palabras y pronunciarlas bien a la primera. La sensación de plenitud que me invadía cuando, víctima de las enseñanzas, creía que estaba haciendo algo bueno: hablar bien. Es gracioso, porque nadie me advirtió que hablar bien a veces hiere. Que hay palabras que están hechas para provocar dolor, para matar sentimientos y convertirnos en víctimas verbales.
No hubiera costado nada poner una advertencia en el diccionario “Esto te puede matar”, igual que lo hacen con el tabaco. Pero puede que sean dolores tan sumamente diferentes que pasen desapercibidos. Porque las palabras también engañan o te hacen sentir que caminas por un sendero de flores cuando se te clavan las espinas. No me equivoco cuando digo que no nos advierten del verdadero peligro del poder de la palabra.
Porque si de verdad hablar no nos rompiera, no tendría miedo a decirte que me gustas. No usaría el puto creo delante para suavizar el golpe. Seamos sinceros, poner un creo delante de cualquier confesión creemos que nos ahorra dolor. Y ahí está de nuevo. Creemos. El golpe es el mismo, aunque se ralentiza, llega con pies de plomo pero se hunde cuál daga de plata.
Y por eso hoy quiero dejar de evitar esta ley de vida, la ley de la pabra. Porque no hay manera de evitar el dolor, y sentirlo nos hace humanos. Que bien viviriamos sin el dolor del habla, pero que vacíos nos sentiríamos. Nos enseñan a crearlo y escucharlo, pero no a convivir con él. Eso es algo que hay que aprender por uno mismo. Es un reto impuesto sutilmente.
Y hoy te digo que me gustas. Sin creos ni palabras suavizantes. Porque en mi cabeza existe un ranking de dolor nominal, y por encima de los creos están las dudas. Y hoy no quiero sembrar dudas que cosecharan mentiras y miedos. Quiero que sepas que me gustas. Y que espero el golpe con los brazos abiertos. No por masoquismo, sino porque es ley de vida, y estoy lista para ser justa. Acepto la sentencia de ser humana. Y de que me vuelvas tan loca como para ser participe de la ley más cruel del ser humano.
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