Fuimos, en pasado
- Ana Reyes
- 22 jun 2015
- 2 Min. de lectura

Fue la esencia de tus caricias. El tacto sutil que desprendían tus manos, como gotas de agua cayendo por mi columna. Que me empapaban de una lujuria más fuerte que las olas de los cinco océanos a la vez. Eran mi perdición. Y es que mis diez mandamientos eran los diez dedos de tus manos. Y que provocabas en mí la mayor melodía jamás creada: como las manos de un piano se deslizan por las teclas de su aliado. Fue la esencia de tus caricias la que desbocó mi locura.
Y fueron más cosas. Fue tu mirada clavada en mí. En mi cuerpo y en mis pechos. Como lanzas que me atacaban y se hundían en la piel. Incluso cuando los cerrabas. Sentía tus oscuros ojos a través de los párpados cerrados y tu respiración en mi oído. Entrecortada. Jadeante. Casi llegando a ser viento y ondeando mi pelo sobre nuestros cuerpos. Un viento que hacía alcanzar a la habitación la friolera temperatura que nos hacía sudar como si hubiéramos corrido una maratón. El calor que te obligaba a cerrar los ojos pero tocarme como si me vieras. Fue la unión. Fue el conocerme cada rincón de tu cuerpo como tú conocías cada mío.
Fue entrelazar las manos mientras nos fundíamos. Fue besarte tus labios entreabiertos callándonos mutuamente. Y cuando me mordías y sonreías pícaramente, era tu osadía. El clavarme las uñas o el arañarte la espalda. El no importar las marcas.
Fue el gustarnos. El desearnos como si cuatro paredes fueran el más bello paraíso. Cómo si las sábanas fueran oro, y nosotros su dueño. O cualquier otro lugar. Eramos dueños de donde estuvieramos.
Y mirarte mientras buscabas mi boca. Para besarme. O para jugar con nuestras lenguas dos segundos antes de volver a rodar entre el oro.
Fue la magia de ser uno. Fuiste tú, fui yo. Y las horas dejando que nuestro lado animal surgiera de su cueva. Desatando el caos. Amando nuestro desorden. Y fuimos torpes. Pero nos enredábamos entre sonrisas con gusto a sábanas limpias. Con gusto a nuestro pequeño tesoro. A una parte de nosotros.
Fue tu abrazo de después. Tus ven aquí. Y tus besos en la frente. Fue tu forma de ser salvaje y dejar de serlo. De volverme loca. De ser peor que la miel o el chocolate en la boca. El hacerme sentir viva y hacer de los sueños, realidades.
Era el querernos como locos. Y es el estar loca por esos momentos.
Nunca fuimos tan ricos.
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